Mi fiel e infatigable compañera llamada Melancolía, junto con La bruma de estas últimas mañanas frescas de este otoño que recién ha comenzado, son testigos de los primeros y débiles rayos de sol, que comienzan a vislumbrarse en el horizonte cegando mis ojos, que cansados y exhaustos de otra noche más de insomnio, van recobrando la poca vida que aún poseen. Alegrándose de poder disfrutar una vez más del brillo de un nuevo amanecer. A estas alturas de la vida, mi sino es esperar a que el tiempo me alcance, y éste se acerca apresuradamente.
Suena el timbre de la puerta…¿Quién me iba a decir que anhelara ese sonido? A duras penas y con el ritual diario me encamino hacia ella, mi mano temblorosa aprieta fuertemente el pomo, y sin vacilar abro hacia mí con las pocas energías que aún me quedan. Entra una ráfaga de aire fresco que recorre mi cara, con la mirada inmóvil observo cual blanca, dulce y suave es su sonrisa, mi cuerpo se estremece de alegría, pienso en el poco tiempo que me queda por disfrutar de estos pequeños y agradables momentos. Es ella....
.....La señora que me ayuda y acompaña durante el día.