Como cada mañana, observó su rostro en
el espejo del baño y le costó reconocerse. Su identidad se había ido
desfigurando hasta convertirse en un extraño para sí mismo. Los años de
trabajos anodinos le habían ido socavando su espíritu jovial, y ahora, mirando
el semblante apesadumbrado que se le mostraba, aceptaba su
decrepitud resignado y sin aspavientos.
A veces, en momentos de rebeldía
interna le parecía oír en lo más profundo de su imaginación, una vocecilla que
le traía viejos recuerdos de tiempos en que los sueños aún sacudían sus
convicciones, pero no eran más que leves susurros que se perdían en la lejanía.
Su trayectoria parecía seguir un curso del que no podía salir, ni tan siquiera
tenía sentido el plantearse abandonar esa rutina. Hora tras hora y día tras
día, el pesado martillear del tiempo esculpía en su tosca figura las huellas
del fracaso de un amargo periplo sin retorno.